domingo, 5 de junio de 2016

Capítulo 3: Una curiosa clase de pintura.




Habían pasado ya dos semanas desde la firma del contrato, todo marchaba bien, demasiado tranquilo incluso, para el gusto de Eiken, quien no había tenido que interceder por aquel muchacho ni una sola vez. Por otro lado había podido conocer un poco más a aquella cara bonita que ahora le hacía de
ancla. En un principio su idea había sido pasar con el chico sólo el tiempo preciso, salir y entrar a placer de la casa, parar para descansar un poco y volver a desaparecer de nuevo. Sin embargo no había sido así, más bien todo lo contrario: había pasado aquellas dos semanas casi por entero con el menor y las veces que había salido había sido con él.

No era como si le importara demasiado aquel humano; es decir, no iba a ser más que unos cuantos años de su vida lo que iba a pasar con él, algo demasiado efímero como para preocuparse por ello. Sin embargo habia algo en él que le llamaba la atención. No sabía exactamente el qué, pero era lo suficientemente fuerte como para haberse quedado con él durante aquel tiempo en vez de acudir a su lado cuando le fuera estrictamente necesario como habia hecho otras veces. Por su parte Damien empezaba a acostumbrarse a la presencia al demonio, no mucho, pero sí lo suficiente como para tutearle y ser capaz de mirarle durante algo mas de unos segundos sin ponerse nervioso. A pesar de ello seguía intranquilo cada vez que le tenía cerca o tenían que entablar una conversación algo más larga de unos buenos días.

En aquel momento la pareja se encontraba de camino al estudio del pelirrojo, era la segunda o tercera vez que iban a lo largo de la semana. Eiken suponía que era algo así como una terapia de relajación para el menor, pues había notado cómo su estrés disminuía mientras estaba delante del lienzo, y para eso no necesitaba ni usar sus poderes demoníacos, era demasiado evidente.
Al llegar ambos siguieron una especie de rutina no pactada: Eiken se sentó en una de las esquinas desde la que veía a Damien de espaldas y sacó un libro de tapas blandas que había conseguido en uno de sus últimos viajes al mundo humano. Damien por su parte se fue directo al centro de la pequeña habitación, justo delante de un caballete de madera sobre el que descansaba una lámina completamente blanca, vacía. Mientras Eiken se enfrascaba en su lectura, Damien comenzaba a sacar algunos botes de pintura y todos los utensilios que necesitaba para comenzar con "algo nuevo", o así era como Eiken le había oído llamarlo hacia unos días.

Los movimientos del lápiz sobre el lienzo eran perfectamente audibles en el sepulcral silencio que se había apoderado de la habitación, igual que lo fue el suspiro de resignación que se escapó de entre los labios del pelirrojo, seguido del sonido del lápiz cayendo de nuevo sobre la mesa auxiliar de Damien. El moreno alzó la cabeza para echarle un vistazo al menor, quien no parecía estar precisamente inspirado aquel día. No era nada importante, estaba seguro, así que volvió a hundir la cabeza en su libro. No había pasado ni un minuto cuando Eiken ya había vuelto a perder el hilo del texto, no sabia si era porque estaba en una lengua extranjera y le costaba enterarse o porque la presencia de aquel muchacho le distraía, de lo único que estaba seguro era de que no sabía cómo apartar la vista de aquella piel pálida que hacia su mente divagar.

No podía evitar preguntarse cómo de enrojecida la podría dejar si le mordía, o cuánto tiempo sería necesario para hacerle caer a sus pies. Sus ojos se quedaron clavados en la curva de su cuello y pudo imaginarse con extrema nitidez a sí mismo besando aquella zona hasta marcarla como suya. También
pudo imaginarse quitándole la ropa poco a poco mientras le hacia seguir pintando para deleitarse viendo cómo perdía poco a poco la concentración en todo lo que no fueran sus manos moviéndose con habilidad por su cuerpo. Cuando volvió en si mismo sintió ganas de abofetearse. ¿En qué coño estaba pensando? Aquel muchacho no era más que un simple humano, uno bastante inocente además, era imposible que fuera capaz de seguirle el ritmo, mucho menos de satisfacerle por completo. De hecho dudaba que alguien fuera capaz de hacerlo.

A pesar de todo sus ojos no se apartaron de aquella esbelta figura, cosa de la que no fue cosciente hasta que su mirada chocó con la del menor. Damien le miraba como si quisiera algo, sin embargo en el mismo instante en el que sus miradas se encontraron él volvió a girarse hacia el caballete, nervioso. Lo mismo se repitió pasados pocos minutos, varios trazos, un suspiro, el lápiz chocando con la mesa, la mirada de Damien sobre el moreno y su nerviosismo creciendo exponencialmente. Y desde aquel momento fue casi continuo: trazos, suspiro, lápiz, mirada, trazos, suspiro, lápiz, mirada; una vez tras otra, cada vez más frecuente, tanto que Eiken decidió averiguar lo que pasaba por la cabeza de

Damien, aunque fuera para meterse un poco con él. Dejó el libro, junto con su chaqueta, en la esquina en la que estaba sentado y se acercó al menor, quedándose a su lado para mirar su, aparentemente vano, intento de pintar algo.

-Parece que tienes problemas. -Damien estaba tan centrado que no había notado ninguno de los movimientos del demonio, no hasta que le escuchó hablar, cuando, invitablemente, dio un bote en el sitio, sobresaltado. Sus pies giraron sobre sí mismo para mirarle.

-No consigo tener una idea clara de lo que quiero pintar... Quería intentar algo nuevo, pero... Simplemente no puedo. -Eiken permaneció pensativo durante algunos minutos, lo que estaba a punto de ofrecerle era algo que no había dejado hacer a muchos humanos, pero por alguna razón le apetecía incluir a Damien en aquel pequeño grupo de privilegiados. Se encogió de hombros como si aquello
no tuviera importancia y pasó la mirada una última vez por el lienzo antes de devolverla a los ojos del
 pelirrojo.

-Píntame a mí.- El muchacho se le quedó mirando con la boca entreabierta, como si no supiera qué decir ante aquella propuesta- ¿Qué? Yo soy algo nuevo, ¿no? Uno no tiene la oportunidad de pintar a un demonio todos los días. -Pudo ver a Damien asentir y señalar una banqueta alta que había frente a él.

-Esto... pero podrías... -Damien parecía incapaz de continuar la frase, como si no supiera cómo pedírselo, sin embargo en cuanto Eiken giró hacia él supo en seguida a lo que se refería. El muchacho hacía rápidos aspavientos con las manos señalando repetidamente su espalda. Quería dibujar sus alas.

-Oh, por supuesto. -Eiken rió por lo bajo, divertido por la forma en que al menor le temblaba la voz hasta para pedirle algo tan simple. Una vez estuvo acomodado sobre el taburete tiró de su camiseta para quitársela y dejarla caer al suelo, desplegando al mismo tiempo sus amplias y oscuras alas. En
seguida notó cómo Damien le miraba confuso y algo nervioso- Si no me la quito luego se me queda
llena de plumas, es muy desagradable. No te molesta ¿no? -La sonrisa de medio lado que se dibujó
en los labios del demonio hizo que el pelirrojo se estremeciera de pies a cabeza. Negó con la cabeza
rápidamente y huyó en busca de algo con lo que empezar a esbozar aquel cuerpo que se
mostraba ante él.

Damien sentía su pulso temblar. Eiken ya le había parecido muy guapo e imponente el día que le había conocido, y ahora le tenia ahí posando para él con extrema quietud. Con la excusa de tener que pintarle, sus ojos recorrieron con descaro los abdominales ajenos, perdiéndose en aquellas dos provocativas líneas que desaparecían tras los vaqueros negros del mayor. Por unos instantes vio sus manos desabrochándolos para descubrir lo que escondían éstos y tuvo que tragar saliva para contener un jadeo. ¡No podía estar pensando en algo como eso! Y menos con Eiken. Era un demonio, esa era razón suficiente para mantenerse alejado, o al menos todo lo alejado que aquel absurdo contrato les permitiera.

Por mucho que el pelirrojo tratara de concentrarse en el cuadro,  parecía encontrar una provocación en cada respiración del mayor, y eso que apenas se había movido durante las tres horas que llevaban enfrascados en aquello. Estaba ya casi terminado, le faltaban sólo algunos detalles, pero le encantaba cómo había quedado y es que había sido ponerse el moreno delante y salirle el dibujo prácticamente solo, sin necesidad de corregir apenas cosas, como si Eiken fuera la solución perfecta a su bloqueo. Dio un paso atrás, contemplando orgulloso el resultado,  y enseguida escuchó los pasos del mayor acercarse y detenerse al otro lado del caballete. Si tenía que ser sincero le daba vergüenza enseñarle a Eiken la pintura.

-Déjame verlo.

-No, aún no está terminado. - Damien se apresuró a girar el caballete hacía sí, cortándole el paso a Eiken.

-Me da igual, quiero verlo.

-No. - Damien fue a empujar a Eiken, olvidándose de que tenía en esa misma mano el pincel con el que había estado dando los primeros retoques, y terminando por dibujar una línea blanca que surcaba desde el mentón hasta parte del cuello ajeno. Retrocedió enseguida, asustado.n" Mierda, mierda, mierda" eso era lo único en lo que podía pensar en aquellos momentos, estaba seguro de que acababa de cagarla, de que Eiken ahora estaría cabreado, no se atrevía a mirarle siquiera.

El moreno se llevó la mano a su cuello, quitándose parte de la pintura. Una sonrisa burlona se apoderó de sus labios, iba a demostrarle que él también sabía jugar. Deslizó la mano por la paleta, manchándose varios dedos que llevó al brazo del menor, manchando su pálida piel de varios colores. Damien le miró confuso, pero enseguida le devolvió la sonrisa, y llevó su propia mano hasta la pintura que Eiken acababa de dejarle para tomar parte y esparcirla sobre su abdomen, soltando una carcajada divertida al mismo tiempo. Eiken no tardó en darse cuenta de que era la primera vez que el pelirrojo se reía de aquella forma estando con él.

-No es justo, tu tienes mucho más donde pintar.-  Susurró el moreno llevando ambas manos al interior de su camiseta para levantarla y dejar restos de pintura por sus costados. Sin embargo la reacción de Damien no fue, para nada, lo que hubiera esperado, pues de sus labios salió un jadeo agudo que resonó contra su oído, gracias a la cercanía. Eiken no pudo evitar pensar que aquel sonido era extremadamente excitante. Con una mano sostuvo la cintura del menor, mientras subía la otra a su cuello. Dejó varias finas lineas de colores al recorrer su cuello para poder alcanzar su barbilla para obligarle a mirarle. Cuando sus ojos se encontraron sintió de nuevo aquel impulso, sólo que en aquella ocasión no quiso detenerlo, así que antes de que cualquiera de los dos reaccionara tiro del pelirrojo para pegar sus labios a los de Damien. Lo que en un principio fue un beso lento fue ganado conforme uno se hacía a la boca del otro, las dos manos del demonio se aferraron a su cintura, empujándole contra él hasta quedar completamente pegados. Las de Demien por si parte fueron subiendo tímidamente por su pecho hasta enredarse en su cuello. Normalmente no era nada tímido sin embargo Eiken conseguía intimidarle. Nada más separarse el mayor se inclino para alcanzar su cuello, mientras ambas manos volvieron a perderse bajo la ropa. El pelirrojo no tardó en reaccionar, tensandose, más nervioso de lo que recordaba haber estado en mucho tiempo.

-E...Eiken...- El moreno levanto la cabeza, separándose apenas unos centímetros. Sus ojos conectaron en seguida y  Damien pudo notar con claridad como el demonio se relamía, como si acabara de probar la cosa más deliciosa del mundo. Se mordió el labio de forma inconsciente y trato de apartar la mirada. Y sólo intento, porque la frente de Eiken, apoyandose débilmente contra la suya, se lo impidió.

-¿Qué pasa?- Murmuró contra sus labios, haciendo que el pelirrojo pasara saliva con dificultad.

-No creo que... no deberíamos.- Las palabras nerviosas del menor se ahogaron en una carcajada que brotó de la garganta ajena. Segundos después notó como el agarre se hacía mas firme.

-Estás hablando con un demonio, cara bonita, soy un experto en todo lo que no se debe hacer y está mal.- Las manos de Damien se aferraron al cuerpo del mayor, arañando si querer la piel, era tan tentador dejarse llevar...

-Pero yo no...- "Yo no me acuesto con nadie con quien no tenga una relación", eso era lo que quería decir, lo que debía hacer, pero las palabras no salían.

- ¿Tú no qué? ¿No quieres? ¿Eso es lo que quieres decir?- Soltó una nueva carcajada que hizo que Damien se estremeciera de pies a cabeza, acariciando levemente el cuello ajeno con la nariz, hasta llegar a su oído.- Puedo notar lo mucho que te excito, Damien, y no necesito ningún tipo de poder para eso, o me vas a decir que lo que noto duro contra mi pierna es tu móvil.

Damien trago saliva, de nuevo, sin saber que decir, lo que el demonio decía era verdad, estaba excitado, tenia ganas de acostarse con Eiken, pero había muchas razones para no hacerlo, que apenas le conocía entre ellas. Sin embargo ninguna de ellas parecía tener el peso suficiente como para hacerle parar Eiken, que sin ningún tipo de sutileza se volvía a hacer con su boca, deslizando dentro su hábil lengua, haciéndole imposible no corresponder a aquel juego tan excitante. Sus manos terminaron enredadas en el pelo moreno, mientras las de Eiken terminaban de deshacerse de su camiseta. Esta cayó al suelo en cuanto sus bocas se separaron. Damien no podía creerse que de verdad estubiera accediendo a hacer aquello, pero sin haberse dado siquera cuenta estaba atrapado entre la pared y el cuerpo de Eiken. Bajo la mirada para encontrarse con la cabellera oscura de Eiken, apenas era capaz de ver mas, pero sentía como sus labios presionaban su cuello, iba a decirle que no le dejara marcas, pero no creía que fuera a hacerle caso, además tampoco era como si pudiera articular nada entre gemidos y jadeos. Cuando una de las manos de Eiken bajó hasta su entrepierna para desabrochar sus pantalones y empezar a acariciarle sobre la ropa interior no pudo evitar echar las caderas hacia delante en busca de más. El demonio enseguida se aparto para mirarle con una sonrisa burlona, una sonrisa burlona que a Damien le resultó sumamente excitante.

- ¿Eres virgen, cara bonita?- El pelirrojo esta vez alzó la mirada, con algo más de confianza, enarcando una ceja, como si la duda le ofendiese. Negó con la cabeza, con firmeza y con una actitud más cercana a la que solía tener en aquel tipo de situaciones, más confiada.- ¿ah, no? Entonces ¿por qué no me enseñas lo que sabes hacer?

Con más soltura Damien se atavió a empujar a Eiken, para invertir las posiciones y tener mas movilidad. Le tomó por los hombros  para hacer que se agachara hasta quedar ambos en el suelo, el moreno sentado con las piernas abiertas y Damien colocado entre ellas de rodillas. Volvió a besarle mientras sus manos empezaban a tantear la entrepierna ajena para liberarla del pantalón. Una vez hubo abierto la bragueta empezó a bajar los besos por su cuello, seguido de sus hombros y hacia abajo. Eiken notó enseguida que aquellos no eran los movimientos de alguien que no había tocado a otro hombre en su vida, lo que significaba que se había equivocado con Damien y no era ni virgen, ni tan inexperto como había creído. La situación era un tanto surrealista, tenia al chico, que hacia unos pocos minutos se estaba negando en rotundo a llegar más allá de un beso, entre sus piernas, masajeando con habilidad su miembro por encima de la ropa interior mientras sus labios se movían por las zonas libres de pintura de su abdomen. Jadeo con sólo sentir la humedad que desprendía aquella boca sobre su erección. Ahora que lo pensaba estaba mucho más excitado y ansioso de lo normal. En cualquier otra ocasión hubiera dejado que fuera el otro quien se acercara a él y hubiera aprovechado la ocasión para desfogarse, pero esta vez estaba siendo distinto, él había buscado la oportunidad para acercarse, él le había besado primero, él había insistido en ir más allá, él... fue incapaz de pensar en nada más, porque aquella boca que antes sólo tanteaba y daba pequeños besos ahora estaba presionándose contra la punta de su miembro, delineando cada centímetro mientras su cabeza bajaba. Jadeo cuando sintió aquella traviesa lengua, que hacia unos momentos parecía saber como seguirle el ritmo a la suya, trazar círculos sobre su extensión produciéndole una sensación increíblemente placentera. Una de sus manos se ciñó contra su pelo, sosteniendose pero sin llegar a hacer fuerza o a empujarle para que fuera más deprisa, estaba disfrutando de cada segundo de aquello.

Damien por su parte seguía sin ser realmente consciente de lo que estaba haciendo, o mas bien de a quien, ni de por qué le estaba resultando tan jodidame placentero cuando el ni siquera se había tocado. Escuchar a aquel demonio, que le había parecido desde un primer momento frío y calculador, gemir ante sus caricias era más excitante que cualquier otra experiencia sexual que pudiera recordar en aquellos momentos. Aceleró el ritmo, queriendo escuchar más, pero alternándolo con besos y lamidas, para hacelo durar más y, para que mentir, para torturale un poco. Incomodo se removió en el sitio intentando encontrar una postura en la que su miembro no rozara contra su abdomen cada vez que se movía, pero era inútil, estaba llegando al punto de incluso doler. Llevó la mano con la que no se estaba sosteniendo a su propia entrepierna para masturbarse y fue entonces cuando sitió que Eiken hacía el movimiento contrario al que había estado esperando: tirar de él para atrás, apartarle. El pelirrojo estaba esperando que le empujara contra él para hacerle tragar más, no que le obligara a sacarse su miembro casi por completo de la boca. Por un momento temió que aquello no fuera lo suficientmente bueno para el mayor pero en cuanto levanto la vista vio la lujuria grabada en los ojos ajenos, que ahora eran practicamente opacos, como si su pupila se hubiera dilatado demasiado. La sonrisa que recibió del moreno le hizo sentir escalofríos, y no precisamente por miedo.

-No debería dejar que te ocuparas tú de los dos ¿no crees?- La misma mano volvió a tirar de su barbilla para unirles en un nuevo beso, esta vez aun más apasionado. Eiken parecía querer comersele, y en aquellos momentos Damien estaba encantado de dejarse comer por el moreno. Se acomodo sobre su cintura, frotándose contra él en una mezcla de necesidad y ganas de ver al otro desesperarse. El mayor enseguida le sostuvo de la cadera, colocándole de tal forma que sus miembros quedaran pegados y, con esa misma mano, los envolvió y empezó a repartir caricias suaves, como si ninguno de los dos estuvieran deseando correrse. Damien sintió la necesidad de gemir y enseguida se mordió el labio para contenerlo, sin embargo la mano libre de Eiken enseguida le obligó a volver a abrir al boca. Un nuevo beso y, al separarse, el moreno tirando de su labio inferior, mordiéndolo tal y como él estaba haciendo momentos ataras. El pelirrojo gimió. El moreno ahogo en su risa un jadeo. De forma acompasada las manos y los labios de Eiken recorrían su piel, le masturbaban y besaban haciéndole sentir desfallecer. Le estaba marcando, estaba seguro de ello, no solía dejar que nadie marcara su piel, le gustaba demasiado como para dejar que nadie la llenara de chupetones, pero en aquel momento estaba demasiado abrumado como para concentrarse en otra cosa que no fuera disfrutar. No fue siquiera cosciente del tiempo que pasó hasta que se vio a si mismo gimiendo el nombre de aquel demonio, aferrándose con fuerza a su espalda, mientras se corría sobre el vientre del mayor.
Tardó un par de minutos en volver en si mismo, pero cuando lo consiguió pudo ver que Eiken aun no se había corrido, a pesar de haber estado masturbándoles a ambos, así que sin dudarlo llevo una de sus manos al miembro de este para encargarse. Otros tantos besos, chupetones, marcas y caricias se sucedieron hasta que el mayor le siguió. Tenia que reconocer que tenia bastante aguante, aun para ser un demonio, era más de lo que esperaba, más de lo que recordaba que hubiera durando nadie teniéndole a él de compañero.

Pasaron los minutos con ambos tumbados contra la pared, pegados pero si llegar a estar abrazados, mientras trataban de recuperar el aliento. Durante aquel tiempo los dos chicos fueron volviendo a la realidad, Eiken estaba francamente sorprendido, nunca en toda su vida habia disfrutado plenamente de ninguno de sus encuentros con nadie, ya fuera hombre o mujer, demonio o humano, nunca le había resultado lo suficientemente placentero como para tener ganas de repetirlo, sin embargo ahora mismo se moría de ganas de tirarse encima de Damien para repetir aquello. El pelirrojo por su parte no parecía tan contento con todo aquello, con cada segundo que pasaba se sentía más nervioso, inquieto, no se podía creer que hubiera llegado a hacer algo así con él, con un demonio. Tenía que poner espacio entre ellos, todo el que fuera posible, algo así no podía repetirse.

martes, 17 de mayo de 2016

Capítulo 2: Preguntas.





Damien despertó al día siguiente con un dolor de cabeza increíble, recordando pequeñas escenas de la pesadilla que tuvo la noche anterior. No era suficiente con la vida real, que a sus sueños se sumaban demonios... No podía creerlo. Bueno, al menos le alegraba la vista.
Salió de la cama bostezando sin nada más que unos bóxers blancos, dirigiéndose a la cocina a prepararse un café. Seguía sin asimilar lo increíblemente realista que podían ser sus pesadillas algunas veces.

- Buenos días. - Dijo una voz a sus espaldas, provocando que diera un pequeño bote.


Se giró y pudo ver la misma figura que creyó haber soñado. Había dos posibilidades: o se estaba volviendo loco o realmente había hecho un pacto con un demonio. Y, francamente, no sabía cuál de las dos opciones le gustaba más.


- He dicho buenos días. - Repitió Eiken, esta vez más impaciente- Creía que serías más educado.

- ¡Buenos días, señor! - Se apresuró a responder, temeroso.

Eiken se echó a reír allí mismo. ¿"Señor"? ¿Qué hacía aquel humano tratándole con tanto respeto? No le molestaba precisamente, pero le resultaba muy divertido. Un alma tan inocente, tan miedosa. Definitivamente lo iba a pasar muy bien.


- Lo siento si he dicho algo gracioso... - Damien agachó la cabeza, sumiso. Al fin y al cabo nunca le enseñaron cómo tratar con un ser sobrenatural.

- ¿Cómo te llamas? - Preguntó el demonio, ignorando su anterior comentario.
- Damien. - Contestó, pero en seguida temió haberlo hecho mal- Damien Mars, a su servicio, ¡quería decirle que no quiero ningún contrato!

Eiken enarcó una ceja en cuanto escuchó aquello, acercándose al pelirrojo con cierta molestia.


- Firmaste. - Dijo rotundamente- No hay vuelta atrás, no tienes escapatoria. Estamos juntos hasta que mueras, así que acostúmbrate a mi presencia.


La respiración de Damien era agitada e irregular, pero fue capaz de calmarla un poco cuando Eiken salió de la cocina y fue directo a tumbarse en su cama. El humano le siguió como si de un perrito faldero se tratase, llevando consigo un vaso de agua.

Una vez allí, el moreno se dio cuenta de que aquel chico parecía estar analizándole. Ya lejos de estar tan asustado, parecía extrañamente curioso. Eiken esbozó una sonrisa de medio lado.

- ¿Tienes algo que decir? - Le instó- No muerdo.


Damien dudó un par de segundos, pero después se acercó con cautela y se sentó en el borde de la cama, en el punto más alejado de Eiken.


- ¿De verdad eres un demonio? - Preguntó sin apartar la mirada de su actual "invitado".

- Lo juro por Dios. - Bromeó el contrario, divertido- Sí, lo soy. No quiero sonar arrogante, pero soy uno bastante importante.
- ¿Hay rangos? - Prosiguió Damien- ¿Cómo subes de nivel?
- Chico, el infierno no es un videojuego. - Contestó, entretenido por su repentina curiosidad.
- Perdón... - Dijo el menor, colocándose el pelo detrás de la oreja y mostrando una pequeña sonrisa llena de timidez.

Eiken se sintió ligeramente confundido. ¿Cómo podía existir una persona lo suficientemente inocente como para sonreírle ya no sólo a un extraño, sino a un ente diabólico? ¿Y desde cuándo los humanos eran capaces de inspirar ternura?


- Pero... - Insistió Damien, sin percatarse de que Eiken no parecía prestarle mucha atención- En cuanto al contrato... ¿Es imposible deshacerlo?

- Mmhm. - Contestó el demonio, encogiéndose de hombros.
- ¿Y qué tengo que hacer? - Preguntó, algo nervioso por la posible respuesta.
- Vivir, Damien. Vivir y entretenerme, eso es todo. - Explicó brevemente- Sólo necesitas saber que tu vida no correrá peligro nunca más... Hasta que mueras.

El pelirrojo se encogió un poco, intentando aceptar lo que desde ahora sería su destino.


- No sé si compensa. - Confesó Damien.

- Depende de lo que haga contigo, probablemente no. - Dijo Eiken, siendo extrañamente sincero- Pero a partir de ahora estaré a tu lado. Nadie volverá a ponerte la mano encima ni volverás a tener miedo, porque estoy a tu servicio.

Mientras el menor reflexionaba todo aquello y empezaba a confiar en que, a pesar de ser tan surrealista y aterrador, también tenía su parte buena, Eiken era incapaz de pensar en nada más que en la nívea piel que Damien tenía al descubierto. ¿Qué cojones le estaba pasando? Le apetecía tocarla. Joder, no podía creerlo.

Los demonios disfrutan enormemente del sexo, del placer carnal y el pecado, pero por alguna razón Eiken nunca había sido así. Si bien había seducido a numerosos humanos, ninguno de ellos le produjo una verdadera excitación. Como demonio, nunca había deseado a nadie. ¿Entonces qué coño hacía fijándose en la tersa, probablemente suave, sensible... Piel de un humano cualquiera? No debía darle mucha importancia. Si surgía la ocasión, ya se acostaría con él y comprobaría si el sexo podía llegar a ser placentero.

Capítulo 1: El contrato.




Era ya noche cerrada, el oscuro cielo cubierto de nubes ocultaba la luna llena, o al menos Agramón, desde su lugar privilegiado, era incapaz de verla. Sus pies colgaban del marco de aquel monumental reloj, Big Ben creía haberlo oído llamar, o algo similar, no estaba seguro. De lo que sí estaba seguro era de que la última vez que había estado en Londres no estaba allí. En realidad ni siquiera recordaba si por aquel entonces ya se llamaba Londres o era otro su nombre, pero de eso hacía ya ¿cuánto? ¿Unos 500 años más o menos? Era otra de las muchas cosas de las que no estaba seguro, sin embargo aquello eran nimiedades que ya podría pensar luego. Se estaba quedando sin tiempo, necesitaba un ancla o su cuerpo volvería al infierno, donde su espíritu se encontraba ahora mismo, porque ni aun siendo un demonio mayor se libraba de tener que encontrar un ser humano con el que hacer un contrato para poder vagar por aquel mundo que tanta curiosidad le despertaba. Le habían educado para destruirlo, como a todos sus hermanos y a todas las generaciones anteriores y posteriores a él, sí, pero eso no era lo único que le gustaba de aquel extraño lugar. Había muchas cosas divertidas en él, y una de ellas era ver cómo el tiempo transformaba todo a su alrededor, tiempo al que él permanecía indemne.


Utilizó sus manos para impulsarse hacia delante y saltar a lo que, gracias a la niebla, parecía el vacío. Jadeó al impactar contra el suelo, su cuerpo físico estaba empezando a debilitarse, si no encontraba un contrato con el que anclar su espíritu al mundo humano lo más probable era que terminara volviendo a los infiernos con el alba del nuevo día. No era como si eso le impidiera volver una vez se recuperara, pero era demasiado esfuerzo. Necesitaba encontrar a alguien ya, y con esa idea en mente empezó a caminar por las calles de la ciudad, atento a todos los sentimientos negativos que desbordaban el lugar, el problema era que la mayoría de cosas que era capaz de captar eran demasiado efímeras. Lo más común eran las venganzas, cosas que a lo sumo le podían llevar un par de años, y pasado ese tiempo tendría que buscar un nuevo ancla y estaría tal y como estaba en aquel momento. Lo que él buscaba era un contrato duradero, algo de por vida sería perfecto, incluso podía alargar la vida del inútil que accediera a cumplir con los requisitos que conllevaban hacer un contrato con él con tal de quedarse un poco más.


No sabía con exactitud el tiempo que llevaba andando por aquellas calles inhóspitas y deshabitadas -al menos ya a aquellas horas- cuando algo le llamó la atención. Era un sentimiento especialmente fuerte, miedo, le resultaba inconfundible, quizás por lo afín que era aquella sensación o por la intensidad con la que se producía. Conforme se fue acercando a la fuente pudo distinguir en ella también cierta desesperación y algo similar a necesidad de protección, pero no lo tuvo claro hasta que no estuvo parado frente al bloque de pisos del que provenían todos aquellos sentimientos. Tardó un par de minutos en determinar el apartamento exacto, de nuevo su debilidad hacía acto de presencia. Bufó al darse cuenta de que era uno de los más altos y no pensaba subir andando, demasiado esfuerzo. Dio gracias a que aún le quedara la fuerza suficiente como para manejar a su antojo lo visible que era su cuerpo y desplegó sus alas negras. En apenas unos segundos estuvo suspendido frente a una de las ventanas entreabiertas del piso, para combatir el bochorno de la noche, supuso el demonio. Sus pies se apoyaron sobre la cornisa y sus alas volvieron a plegarse, retornando a la vez su forma visible. La casa no era demasiado grande: salón, cocina y un par de habitaciones, más que suficiente. No le costó encontrar al dueño, solo tuvo que seguir aquel fuerte sentimiento que le había arrastrado hasta allí durante el último par de manzanas.


Al traspasar la puerta se encontró con un chico pelirrojo que lucía bastante agitado, nervioso, probablemente porque estaba sufriendo una pesadilla. Pesadilla que probablemente él mismo había ocasionado con su presencia, aunque también podía ser lo que le había atraído hasta allí. El chico era delgado, podía verlo a través de las sábanas, sin embargo no había nada que le resultara excesivamente llamativo, no le parecía nada más que el típico niño pijo con la vida resuelta, sin embargo eso avivó su curiosidad; un crío de esa calaña no tenía necesidad alguna de protección, menos aún miedos que le provocarán pesadillas tan vivas como la que él parecía estar teniendo. Se inclinó sobre la cama y le asestó un puntapié a una de las patas, con la suficiente fuerza como para hacer que ésta se moviera y el menor se respetará.


El muchacho pelirrojo saltó en su sitio, alarmado y sin comprender qué diablos acababa de pasar. Agramón prácticamente oía cómo su corazón palpitaba en el interior de su pecho, haciéndosele inevitable sonreír complacido. Damien tembló cuando alzó la mirada y se encontró con aquella figura que, en la penumbra, podía identificar como humana pero que solamente fue capaz de calificar como aterradora. Apenas era capaz de distinguir que se trataba de alguien, o algo, alto, vestido con ropa oscura y con el pelo lo suficientemente largo como para cubrirle buena parte de la cara, lo que le daba un aspecto aún más tétrico. De forma inconsciente reculó hasta chocar contra el cabecero de la cama. Una carcajada profunda desde los labios de su extraño acompañante le hizo estremecer.

-Tranquilo, que no voy a hacerte nada, no de momento al menos.­- Una sonrisa acompañó aquellas palabras, la simple sensación del miedo floreciendo en el interior de aquel muchacho resultaba revitalizante para Eiken. Dio un paso hacia delante, dejando que la luz de la lámpara hiciera visible su rostro.

-P…Pero tú… ¿Qué?... ¿Cómo?

- Seré breve: ¿Qué? Un demonio, Agramón para ser exacto, aunque puedes llamarme Eiken, te será más sencillo de recordar. ¿Cómo? Por la ventana, volando. Ahora ¿podemos pasar a la parte en la que asimilas que soy real y vamos a lo importante? Vengo a proponerte un trato.- Los ojos del muchacho le miraron con evidente desconcierto, como si no supieran a qué venía todo aquello, cosa que era evidente. Eiken mantuvo el silencio unos instantes, dejándole procesar todo aquello, sin embargo no era mucho el tiempo que le quedaba, un par de horas para el amanecer, quizás menos.

-No entiendo…- Fue lo único que el pelirrojo pudo articular, bajo y aún medio temblando, sin ser capaz de apartar los ojos de aquella imponente figura. Eiken desplegó sus alas ante el muchacho, que se frotó los ojos, incrédulo. Aquello tenía que ser un sueño, era la única explicación lógica para que aquello le pasara justamente a él, como si su vida no fuera lo suficientemente complicada ya de por sí.

-Escúchame bien porque no tengo demasiado tiempo y no me gusta repetirme. Tú tienes algún tipo de problema por el que necesitas protección, yo necesito alguien que me sirva de ancla para poder quedarme, así que quiero que me vendas tu alma a cambio de mi protección.

-¿Mi alma?- Eiken casi pudo sentir como el terror era palpable en cada palabra que brotaba de la boca ajena.

-Mhm, tú vives toda tu vida como hasta ahora pero conmigo evitando que nadie te haga daño y a cambio cuando tu vida termine en vez de descansar en paz me quedo con tu alma para lo que yo quiera, cabe la posibilidad de que la libere, pero no cuentes con ello.- Damien asintió, despacio, más por el shock que por pque entendiera nada de lo que estaba pasando en aquellos momentos. Eiken sonrió con amplitud, era consciente de que el pelirrojo no estaba del todo en sí, pero tenía que aprovechar ahora, una vez el contrato estuviera firmado no había vuelta atrás. Eiken rebusco en su bolsillo un papel arrugado y medio desgastado y una pluma antigua.- Sólo necesito que firmes aquí, con tu sangre.- Damien le miró incrédulo, aún sin moverse de la pequeña fortaleza que se había hecho en el cabecero de la cama, negando varias veces con la cabeza.

-Yo… No…- Entre tartamudeos intentaba añadir algo más pero la voz de Eiken le cortó.

-No te va doler, no seas miedica.- Sin añadir más se sentó a su lado y, como si aquello fuese lo más normal del mundo, hundió una de sus uñas en la palma de su propia mano, y empapo la pluma en su sangre, dejando sus nombre plasmado en uno de los lados del papel. Acto seguido le tendió la pluma al menor, que le miró confuso. Aprovechó que sus ojos parecieron quedarse perdidos en los propios para cogerle una de las manos y hacer lo mismo que había hecho con su mano, pero de una forma un tanto más suave, y colocó la pluma sobre la herida para que empapara. Una vez lista se la tendió al muchacho quien aún sumido en aquel trance firmó de forma torpe e irregular, mas fue suficiente, porque de inmediato Eiken sintió como toda su fuerza, vitalidad y poder volvían a él de golpe.- Perfecto, cara bonita, ahora a dormir, y que no te extrañe si tienes alguna pesadilla, es culpa mía.